Una mezcla de todo. Precios altos de combustibles fósiles tanto de gas como de carbón, altísimo precio del CO2 que se convierte más en un impuesto al consumidor que otra cosa, escasa producción renovable, eólica porque no sopla el viento y solar por la escasa potencia instalada, la demanda más o menos alta para estas alturas de mes, la nuclear francesa haciendo de las suyas y con buena parte del parque nuclear parado, etc. Pero mejor nos lo explican los expertos.

El principal problema son los elevados costes de las commodities asociadas a la generación con energías fosiles. El Brent sin estar por encima de los 100 $ como hace unos años, se ha asentado por encima de los 70 $ cuando en 2017 por estas fechas estaba sobre 50 $. A ello hay que sumar el precio del CO2 que se ha disparado hasta por encima de los 21 euros por tonelada”.

Javier Colón de la empresa Neuro Energía aclara que “los mecanismos orientados a reducir los derechos de emisión de CO2 en Europa que entrarán en vigor el próximo año, así como la mayor necesidad de quema de combustibles térmicos y una reducida cantidad subastada correspondiente al periodo vacacional, han provocado una elevación del precio de los futuros a niveles nunca vistos en los años recientes, aupada por la especulación asociada a un mercado de CO2 que permite el intercambio de permisos en mercados secundarios y la traslación a años posteriores de aquellos derechos no utilizados, adelantando la subida futura que desea la Unión”.